January 20, 2021 by Comunicaciones El Salvador
El lugar que me robó el corazón
Por Fredy Antonio Romero
Mi nombre es Fredy Antonio Romero, trabajo en el municipio de Torola en el centro escolar Cantón El Progreso. Este municipio está incluido en el mapa de pobreza de El Salvador dentro de los municipios más vulnerables económicamente. Es un pueblo fronterizo con la República de Honduras.
La población oriental de Torola es de origen precolombino y fue fundada y habitada por indígenas lencas, la mayor parte son agricultores y otros tienen pequeñas manufacturas de dulces de panela, artículos de loza y jarcia. La mayor parte de gente es familiar de muchos que vivieron la guerra en carne propia y eso les trajo consecuencias económicas: tuvieron que renacer de la la nada. Tienen deseos de superación que les permiten salir adelante de cualquier cosa que enfrentan.
Llegué a esta comunidad en julio de 2014, fui contratado como docente interino por dos meses, luego informaron que terminaría el año ahí.
Recuerdo el primer día como si fuera ayer, yo no conocía el lugar, me puse zapatillas y después de una hora y media de camino llevaba los pies que parecían fuego: cuando me saqué los zapatos me había pelado los dedos. Para mi suerte el centro escolar estaba cerrado, vi una tienda cerca, llegue y conté un poco desde donde venía y ni una silla me ofrecieron.
Me sentí muy desilusionado y frustrado; pero inmediatamente cerré mis ojos y me puse a orar. Decidí sentarme a esperar al director preguntándome por qué el destino me había traído a este lugar.
El director llegó y me dio la bienvenida. Ese día me tocó dormir ahí, al siguiente, muy temprano, se realizó el papeleo para el acta de la toma de posesión.
Esa fue la bienvenida a este lugar que me robaría el corazón unos años después.
Los primeros días fueron una caja de sorpresas. Me fui dando cuenta de muchas cosas: el director era alcohólico y eso afectaba el ambiente, pero al final los padres indignados pusieron una demanda, fue suspendido y yo fui elegido como director interino ad-honorem en octubre del 2014. Nunca pensé tener esa gran responsabilidad y volví a orar.
Los primeros días eran una locura con el horario los estudiantes y la alimentación ya que no se les daba a los estudiantes por falta de organización. Esos fueron los primeros cambios que hice.
La pandemia, al inicio, me afectó: me frustré mucho al pensar que todo se acababa para mis chiquitines hermos@s, pero así como superé aquellos pies dolorosos empecé a motivar a los docentes a seguir apoyando a niños y niñas por whastapp, dejando guías impresas, hablando a los padres y madres de familia por el medio que fuera.
Cuando regresé al centro escolar después del encierro, sentí que valió la pena todo lo vivido. Por los cercos asomaban las caritas de los niños y niñas que tanto añoraba y me decían ¡Profe que bueno verle¡
Ser docente es la oportunidad de poner en práctica metodologías, dinámicas, y más que nada el corazón. Espero que Dios me preste más vida para seguir laborando como docente, para lograr hacer la diferencia con los estudiantes.
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