April 12, 2016 by Debra Gittler
SOBREVIVIR EN LA VORÁGINE DE NECESIDADES
De acuerdo con el Censo Escolar del 2010, en el área rural el 18% de los estudiantes matriculados en primaria no lograron completar quinto grado; por otra parte, ese mismo informe también muestra que la demanda estudiantil superaba la capacidad del sistema educativo.
Traigo a colación estos datos ya que en el 2016 se habla mucho de educación de “calidad”, un tema importante sin duda, pero que tiende a opacar las aun persistentes necesidades en infraestructura escolar, desarrollo de tejidos sociales y servicios básicos para los estudiantes.
Hace menos de un mes hicimos una visita al C.E. Cantón Sisiguayo, ubicado a 17 kilómetros de San Marcos Lempa en el departamento de Usulután. Para ir a la escuela y dar el acompañamiento a los 10 docentes que trabajan ahí, tuvimos que cargar nuestros materiales y partir a las 5:00 de la madrugada.
La escuela se encuentra en una zona muy remota que daba la impresión que nunca llegaríamos a nuestro destino, un calor de playa, soledad y polvo es lo que encontrábamos en nuestro paso. Al llegar fuimos recibidos por el director que entre libros y cajas de leche vacías nos atendía.
Nuestra mañana pasó entre clases, en el aula de parvularia con 11 estudiantes, hablamos de lavarnos los dientes y estar saludable aunque afuera los baños contrastan con estas palabras de aprendizaje. La escuela no recibe agua potable y cuando hay, llega por pocas horas.
El plan social educativo “Vamos a la escuela” traza 7 líneas estratégicas que hablan de acceso a la educación, currículo, formación, fortalecimiento de la gestión, ciencia y tecnología, desarrollo de la educación superior y el que me llamo profundamente la atención para poder escribir este post, la dignificación del profesorado y los directivos. Sin embargo, ese día para mi, entre el calor y la soledad no me dieron ganas de “Ir a la escuela”. No podemos garantizar educación de calidad y digna si las clases se siguen desarrollando en escuelas sin acceso a agua y servicios básicos.
A mitad de la tarde los estudiantes realizaban la limpieza de sus pasillos, uno de ellos dijo:
-Profe, la Marisol tiene manchas en las manos y le pican.
Mientras yo tomaba asiento observé como una niña de 13 años se desvanecía entre las nubes de polvo café claro, mi cuerpo paralizado por el evento no pudo reaccionar, afortunadamente su madre trabaja con un canasto afuera de la escuela y pudo auxiliar a su hija desmayada. Mi plan de trabajo no se realizó completamente; nuestro transporte de trabajo se convirtió en una ambulancia improvisada, en el carro llevamos a madre e hija a la clínica más cercana. -“Mamá me voy a morir” es lo que escuché entre los asientos. Mientras en mi mente totalmente en blanco solamente me decía acelerá, no puede morir una niña en estas condiciones.
Marisol ahora esta bien, pero llevo meses pensando en cómo hacer para que estos encontronazos con la realidad tengan eco en los escritorios con aire acondicionado donde se deciden cómo se distribuyen recursos y personal. Aún no me deja tranquilo imaginarme qué hubiera pasado, si ese día no hubiéramos llegado a la escuela; no sé, y ya no quiero ni pensarlo.
La calidad educativa depende mucho de la formación del docente, de las estrategias efectivas de educación, pero también se debe garantizar la dignidad de la persona – del docente y del estudiante. Hacer accesible lo que en El Salvador sigue siendo inaccesible: educación, salud, agua potable, energía eléctrica, libros, cuadernos, pizarras, etc.
Mientras nuestras escuelas sigan sobreviviendo en esta vorágine de necesidades, nuestros docentes y estudiantes solo podrán hacer su parte, ir a la escuela. Es contradictorio ver como cada año el presupuesto nacional en educación decrece cuando al mismo tiempo se pretende generar seguridad y mejores condiciones de vida a los ciudadanos. Después de la visita a la escuela mi pregunta es: ¿Queremos que Marta o uno de nuestros estudiantes desista o enfrente peligros en la Escuela?
Estoy seguro que nadie quisiera llevarse esa culpa por el resto de la vida, pero esta indignación y sentido de urgencia solamente ocurre cuando vivimos de cara a cara los grandes desafíos que enfrentan las escuelas. Por ello es necesario que los que toman decisiones desarrollen empatía con los estudiantes y maestros de las escuelas y así generen las políticas públicas que le apuesten a la dignidad del ser humano, al desarrollo de capacidades, a hacer accesible los recursos que siguen estando en manos de pocos y que un día todos podamos decir: “Quiero ir a la escuela”.
Carlos Recinos
Formador Docente
@CaRecinos
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