May 26, 2016 by Zoila Recinos
20 MINUTOS DE AMOR Y UNA CANCIÓN DESESPERADA
Golpe con golpe yo pago…
beso con beso devuelvo…
esa es la ley del amor que yo aprendí
que yo aprendí…
No hay batallón de reacción inmediata que pueda parar este deseo de romperle la cara al hombre que me ha susurrado una vulgaridad al oído. Mientras viajo en micro bus, no he podido más que fruncir el seño en señal de protesta, apartar a mi hija y respirar hondo, muy hondo, para lidiar con todas las ideas que cruzaron mi cabeza. La menos violenta fue: empujarlo levemente para que caiga por la puerta con el microbús en marcha. A todo esto, el motorista seguirá haciendo lo suyo tirando del volante olvidando que transporta seres humanos.
Me niego a creer que soy la única que ha sentido el calor inundar su estómago ante cualquier tipo de amenaza. Víctimas y victimarios cambiando de turno según la circunstancia, la fuerza o la experiencia. De hecho, muy pocos aceptamos que durante el día, más de una vez reaccionamos de manera violenta. Las justificaciones son parte de nuestro léxico: “es que me habló fuerte, es que me miró mal, es que me cae mal, es que es delincuente, es que se viste provocativa, es que…” Hoy lo relevante es empezar a reconocer nuestra violencia, aceptarla y transformarla.
“Golpe con golpe yo pago…” dice la canción popular. Esta frase nos muestra una verdad incómoda; una sección de la cosmovisión salvadoreña: “somos una sociedad violenta”. Culpamos de ello a la historia, a los genes, a los ricos, a los pobres, a los pandilleros, a la policía, a los veteranos, a los jóvenes, a las mujeres, a los niños, a las niñas…
La expresión más visibilizada de la violencia en la sociedad salvadoreña es el asesinato; sin embargo hay muchas más, sutiles… prolongadas… normalizadas… Éstas son el cáncer silencioso e invisible.
Desde el nacimiento en un hospital público, los hijos reciben el primer golpe de violencia institucional. Profesionales de la medicina se burlan del dolor de sus pacientes, humillan complacidas del sufrimiento ajeno. Con este ritual violento de bienvenida, las niñas que se convierten en las madres salvadoreñas replican el ritual que las forjó. Después de la venta en el mercado (a veces sin dinero), muchas mujeres en la desesperación descargan su frustración, su angustia, miedo, dolor, su ira, contra los hijos. Quien te golpea te ama. El golpe es amor; “esa es la ley del amor que yo aprendí“. El golpe llega también en miradas discriminadoras, palabras con una fuerte carga de odio, frases indirectas con la intención clara de herir.
Los golpes son el pan diario.
Después de estas líneas, apenas espero que lo reconozcamos. Algunos ya estaremos en el paso de aceptarlo, pero la acción crucial, aún si no lo reconocemos ni aceptamos es ¿cómo nos transformamos?
Mi tendencia al regodeo teórico me invita a ofrecer datos científicos de la vinculación entre una acción simple y un resultado sorprendente. No voy a ceder y apelaré a la simplicidad de las palabras: la ciencia dice que si leemos buena literatura durante 20 minutos nuestro cerebro creará nuevas redes neuronales que fortalecen habilidades socioemocionales, se sanará de esta enfermedad silenciosa que nos sangra día tras día, generación tras generación.
En este país “supuestamente” todo se resuelve por decreto legislativo, entonces debería decretarse: que cada institución estatal tenga un círculo de lectura de 20 minutos al día y dialogar sobre genuinas historias. Médicos en hospitales, ministerios de hacienda, educación, salud, policía nacional civil, centros penales y por supuesto, principalmente en cada aula de este país.
Tiene que ser por obligación, por golpe…“O por beso”, hasta que nuevas redes se desarrollen. No resolverá todo lo que agobia a nuestro país, pero sí proveerá a cada participante de oxitocina, la hormona de la felicidad, para que empecemos a pensar con más claridad y actuemos con más humanidad.
20 minutos de amor, para prepararnos en la transformación.
Muchas escuelas ya lo están haciendo. Anabel, una directora con forjada experiencia docente, me dijo una vez: “Donde un docente comparte una historia diaria, las niñas/os y los maestros son más felices, menos violentos y por supuesto, aprenden a pensar crítica y creativamente.”
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