julio 25, 2024 by Daniela Raffo
Somos Docentes, Somos Historias
El sábado 20 de julio, a las tres y media de la mañana, partió un microbús de Ciudad Real, Santa Ana, y otro de Río Chiquito, Chalatenango, -este último manejado por alguien de la zona porque la zona tiene caminos que tienen sus mañas- y un tercero partió a las cuatro de la mañana, en un horario apenas un poquito más prudencial.
Diecinueve maestros y maestras esperaron, de madrugada, en parques, a los costados de la ruta y cerquita de pasarelas que pasaran los microbuses para partir al X Congreso Docente de ConTextos en Gualococti, Morazán. Primer congreso que se realiza en el oriente del país. Allí les esperaban, con orgullo y calidez de anfitriones, ciento setenta docentes.
Fue en San Lucas del Valle, un lugar sumamente verde, con árboles por todos lados, un mirador con vista de foto y un café con canela y pimienta.
Este Congreso, que realizamos todos los años, buscaba reforzar comunidades de aprendizaje; valorar cada historia docente en contextos multidimensionales y reconocer el impacto que tienen en la comunidad educativa.
Saber que hay historias únicas e historias en común.
Pasar del yo al nosotros.
Del maestro a la comunidad.
¡Y vaya si lo logramos!
En la invitación habíamos pedido que voluntariamente podían llevar algún alimento para compartir.
Eso se transformó en un día de la cruz: había bananas, manzanas, papaya, melones, lichas, durazno de “allá arriba”, guayaba, platanitos y galletas. Y los platos -en las mesas largas, larguísima del desayuno- pasaban de mano en mano.
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¿Por qué elegí ser docente? ¿Por qué soy docente? Esas fueron las preguntas disparadoras para pensarse y escucharnos.
Y las contestaron escribiendo un poema, leyéndolo, bordando y moviendo el cuerpo.
Aunque en realidad ya las habían contestado antes.
Ever, director de un centro escolar en Chalatenango, llegó a acampar a Morazán con su esposa un día antes: no quería perderse el congreso pero tampoco su cumpleaños que era ese 20 de julio.
El profe Fred estaba a las tres y treinta de la mañana en el parque de San Ignacio, en Chalatenango, le habíamos pedido que nos ayudara a comprar algo de comida para él y los docentes del microbús; y se fue hasta La Palma a hacerlo.
Una profe estuvo parada una buena parte del congreso porque tiene una hernia que no puede operarse y le molesta estar sentada, pero no se perdió ni una actividad.
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En ConTextos, cada vez que tenemos un evento, una tarde de lectura, un diálogo en comunidad usamos nuestras rutinas: escucha activa, participación activa, no hay respuestas buenas o malas y la preferida: chasquear los dedos si conectamos con algún comentario o con la actitud de alguna persona.
Esa es la que más se usó, ese simple gesto, el sonidito acompañó lectura de poemas, intervenciones, confesiones “cuando fui niño no creían en mí, vos no vas a ser nada”,
“cuando uno se pone en los zapatos de un niño quiere ayudarlo, solucionarlo”, “si yo volviera a nacer volvería a ser docente”.
Fueron cuatro horas de congreso.
De risas, de chistes, de lágrimas.
Esa levantada de madrugada, esas fotos, el canto de feliz cumpleaños, el plato de fruta pasando de mano en mano, ver ciento noventa docentes dedicándole una mañana entera de un sábado a crear comunidad por sus estudiantes, chasqueo de dedos, chasqueo de dedos hasta el infinito.
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