febrero 9, 2022 by ConTextos
La pequeña risa
Por Verónica Rivera.
Conocí esta pequeña risa en medio de llantos y gritos, con un moñito rosa y pijamas a juego. Me miraba muy atentamente para adivinar quién era yo, quizás no entendía y puede que nunca entienda por qué yo estaba ahí.
Le ofrecí lápiz y papel para dibujar, pero me tenía miedo así que le pidió a mamá que lo tomara.
Mamá es joven y está en el Centro de Inserción Social de Ilopango. Es callada y la mira. Mamá escucha, cumple con la rutina del taller y cuando termina, ambas juegan y se ríen a carcajadas mientras atraviesan el patio del centro o entran al espacio enrejado que les corresponde compartir.
Yo soy psicóloga del equipo de ConTextos, y cada miércoles, fielmente, voy con mi compañera a desarrollar un taller al Centro de Inserción a fortalecer habilidades psicosociales que les permitan a las jóvenes resignificar su experiencia.
Cada vez que voy veo a mamá haciendo lo posible por mantener tranquila a la pequeña risa pero ella se escurre en sus brazos y en los brazos de cada una de las 16 chicas que, al igual que mamá, están privadas de libertad.
La risa tiene un año, y cuando cumpla cinco, si mamá aún sigue dentro, le dejarán salir solo a ella.
“Tantos brazos para una pequeña, que la cobijan -pienso en voz baja- sin importar de qué color es el alma de cada una”.
Una y otra vez, sesión tras sesión, vi cómo la pequeña risa inundaba con su energía e inocencia el alma de aquel grupo que, aunque venían de diferentes sectores, estaban felices de llenarla de besos y abrazos cuando se acercaba.
Me emocionaba cada vez más ver el pequeño moñito caminando entre la multitud, aunque mis intentos por acercarme habían sido en vano y siempre le pedía a mamá que recibiera lápiz y papel.
Hasta un día. Estaba en el suelo entre pinturas y lienzos y alguien me preguntó
-¿Qué es eso?
Subí la mirada y vi al moñito saltarín. Le pregunté qué quería hacer, y poco a poco creamos un paisaje digno de Picasso; la pequeña risa ya no me tenía miedo.
Pintaba sin parar y llenaba la habitación de colores, al final del día no se quería apartar de mí y se divertía viéndome agitar mi cabello rápidamente.
Recuerdo que cuando la vi por primera vez pensé “pobrecita, ha de sufrir mucho”, pero poco a poco empecé a ver otra cosa.
Había nacido dentro de esas paredes, no conocía otro lugar, y allí, el grupo de chicas que cumplía su sentencia, sin importar su historia o su pandilla, cuidaba de la pequeña risa.
Fui entendiendo que el sentimiento de cada una era brindarle lo mejor que pudieran porque el mundo afuera es difícil y cruel. Y ellas lo saben.
Ahí dentro la pequeña risa es la protagonista, con sus moñitos rosas y sus pijamas de colores. Se come el mundo cada día, ríe y goza sin parar, come dulces y galletas por montones, pero sobre todo, está rodeada de chicas que sin importar su pasado, la aman sinceramente. Puedo verlo. Una y otra vez que las visito, puedo verlo.
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