julio 27, 2016 by ConTextos

MEJICANOS, SALVADOREÑOS Y UN PARO CARDÍACO

Hoy hace un año, El Salvador vivió uno de tantos capítulos oscuros que por salud mental o inercia muy pocos decidimos recordar. 7 motoristas fueron asesinados en un lapso de 24 horas. No es necesario decir brutalmente, cuando el asesinato en esencia es brutal. Casi a nivel nacional el sistema de transporte público se paralizó como reacción ante las amenazas y los hechos, pero aun así la gente no se detuvo.

En Mejicanos, un municipio populoso que se ha vuelto noticia casi a diario, desde la “la reina de la basura” hasta el microbús incendiado, en estos eventos no fue la excepción.

Una nota hecha en una página de cuaderno cuadriculado mal cortada y a lápiz lo ordenaba claro: “Quien sale se muere”. Toño, motorista de la 6 que viene de Mariona y cruza todo Mejicanos hasta el centro, fue el primero y también uno de sus pasajeros. Con el miedo natural a la muerte, tuvimos que encontrar una forma de cruzar esta zona roja y cumplir las metas del día.

Las mañanas eran de madrugar y buscar a alguien que tuviera espacio disponible en su carro para lograr el “ray” e ir cómodo. Si ya todos los cupos, incluyendo el baúl, estaban llenos con los familiares y amigos más cercanos, la siguiente opción eran los microbuses particulares que ofrecían un “servicio ejecutivo” a un costo de 5 a 10 veces más alto de lo regular. Como era la semana antes de pago, no era la mejor opción, ni mencionar los taxis. El SITRAMSS no era opción. Entonces quedaba aprovechar la parada de los pick ups e irse al menos con la punta del pie en los estribos y un brazo en los barandales y aguantarse. Si no, para quien tuviera el valor, los camiones de basura ofrecían su ayuda con toda buena voluntad.

Si se agotaban todas estas opciones, solo quedaba levantarse más temprano y resignadamente empezar a caminar hasta donde se pudiera.

Por las noches, algunos transportistas se aventuraban a salir y hacer viajes. No se permitían rutas después de las 7.

Cada día la ingeniosidad evolucionaba y se volvió estrategia hacerse de un grupo y conseguir un viaje particular. Una de esas noches con mi mamá logramos cupo por dos coras cada uno. No pude evitar la conversación que el cobrador tenía con uno de los que iban colgados: “Nombe uno no puede dejar a la gente tirada así nomás…” “Puesí da onda pero todos andamos en la rebusca”…

Hay muchas formas de vivir el civismo; la bandera, símbolos nacionales y demás que nos enseñan en la escuela. Mientras, algunas teorías psicológicas nos dicen que existe una jerarquía de necesidades que suplimos antes de pensar en otras. Durante esa semana, fui testigo de las miles de personas que priorizaron su trabajo aunque su vida fuera arriesgada y su dignidad denigrada, fue más fuerte el sentido de compromiso y solvencia a las necesidades del hogar. Eso reflejó más civismo que los mejores desfiles, actos cívicos y discursos.

A pesar del infarto, nada detuvo el corazón del país.

Desde otras perspectivas esta fue una semana tétrica. Un festín de sensacionalismo en las noticias locales e internacionales con la noticia de impacto: “Un país controlado por las pandillas” seguido por la foto de un tanque de guerra en medio de paredes con grafitis. Los transportistas decían haberlo perdido todo. Algunos empleadores ajustaron sus operaciones ante la necesidad de su personal. Otros, reclamaban responsables de sus pérdidas y no dudaban en descontar el día y el séptimo a cualquiera que acumulara 15 minutos de llegadas tardías.

La más hiriente perspectiva fue la del resto de salvadoreños que no usan el transporte público o no viven de cerca estos escenarios con sus reacciones tibias e indiferentes y comentarios condescendientes creyéndose aislados, como si no fuera un problema de su mismo país. “Ay no, gran problema que hacen, como que no siempre son ellos mismos los que hacen las trabazones…” “Mejor, las calles van a estar más solas ahora…”

A pesar de todos los agravantes, todas esas mujeres con sus carteras y sombrilla, los hombres con sus mochilas, los jóvenes con sus loncheras y audífonos y las señoras con sus canastos demostraron que son más los que creen en el futuro, son más los que sueñan y no dejan de trabajar duro para construirlo. No se quedaron pasivos en sus casas esperando a que alguien lo hiciera por ellos.

Ahora, hace un año, pienso mucho en nuestra generación, no solo los nacidos el siglo pasado, si no todos los que estamos vivos y tenemos la facultad de trabajar por nuestro país. Pienso en nuestro legado y lo que hoy estamos haciendo para cimentarlo. Pienso mucho en que este evento pudo evidenciar la visión de nuestra gente. Al recordar esa semana pienso en gente como la Crucita, la ña Mercy y don Tavo yéndose temprano al mercado con su “ventecita” de guacales, piedras pintadas, nances, mamones, crema para los hongos y todas las posibilidades para la creatividad salvadoreña con la suficiente necesidad e intención de trabajar todo el día bajo el sol, los fines de semana, sin seguro de salud, sin esperanza de retiro, en los riesgos de la calle. Nada los detuvo tampoco.

Si la comunidad es parte esencial en la formación del individuo, en Mejicanos, en Mariona, en Apopa, en Cusca, en El Salvador todavía hay mucho por hacer. Desde formar ciudadanos capaces de cumplir con hábitos sencillos como caminar por las aceras, usar las pasarelas o no tirar basura por las ventanas de los buses hasta ser desobedientes a la injusticia, solidarios, inventivos, capaces de escuchar diferentes versiones de la misma historia y construir un juicio de valor propio y defenderlo.

Ningún cambio es trivial. Sí hay mucho por hacer, pero somos más los que podemos hacer civismo. Siempre hay esperanza.

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